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Un estudio sitúa en los 82 años nuestro pico de felicidad plena

El escritor estadounidense Elmore Leonard, aseguraba a los 86 que jamás había sido tan feliz como en esa etapa de su vida, y al director de cine Ingmar Bergman le atribuyen esa frase que compara el envejecimiento con la ascensión a una montaña. «Mientras subes, las fuerzas se reducen, pero la mirada se vuelve más libre y las vistas, más amplias y serenas». Sin embargo, aún existen personas pesimistas y radicales que piensan que la vida va en decadencia a partir de la infancia.

Siempre ha habido tesis muy variadas sobre la evolución de la felicidad a lo largo de la vida. 

¿A qué edad alcanzamos la felicidad plena?

El neurocientifico Daniel Levitin aporta en su nuevo libro, titulado “The Changing Mind”, una guía para envejecer de manera saludable y exitosa. En el afirma, con base a estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud, que alcanzamos el nivel máximo de felicidad a los 82 años. A estas alturas nos hemos dado cuenta de que la vida es bastante buena, nos hemos desligados de expectativas y cargas como hipotecas, facturas, trabajos, hijos.

Levitin sostiene que los años mejoran nuestra capacidad para tomar decisiones y que los desastres de la decrepitud se pueden prevenir. «Algunos aspectos de la memoria, de hecho, se vuelven mejores a medida que envejecemos. Es el caso, por ejemplo, de nuestra capacidad para distinguir patrones y regularidades y hacer predicciones certeras, ya que hemos tenido más experiencias. Si vas a hacerte una radiografía, prefieres un radiólogo de 70 años a uno de 30», ha resumido en un artículo para el ‘New York Times’. Su argumentación parte de la idea de que solemos manejar conceptos erróneos sobre el envejecimiento cerebral.

Trabajar o no trabajar

Todo esto, claro está, que dependerá en buena medida de la perspectiva y personalidad positiva de cada individuo,  que mantenga la curiosidad y la actividad física y mental. “No tienes por qué seguir trabajando, aunque es un camino que funciona para muchos, pero sí has de estar comprometido con algo importante para ti. Y hay que evitar el sedentarismo. No se trata tanto de hacer ejercicio como de moverse”. Levitin ha tenido la oportunidad de entrevistar a personajes emblemáticos como la primatóloga Jane Goodall (85 años), el saxofonista Sonny Rollins (89) o el Dalái Lama (84) y se ha topado con una visión de la tercera edad alejadísima del estereotipo: “Ya no veo la vejez como un periodo inevitable de decadencia, pérdida e irrelevancia, sino como un periodo que puede ser de compromiso renovado, energía y actividades llenas de significado”.

La hipótesis de Levitin se basa en las conclusiones de los estudios sobre la felicidad, aunque sitúe el pico en un momento más tardío de lo habitual. Parece sobradamente demostrado que el gráfico del bienestar personal tiene forma de U: va descendiendo a medida que cumplimos años hasta alcanzar un mínimo en la segunda mitad de los 40, para después ascender a medida que nos hacemos mayores. Los expertos de la London School Of Economics, por ejemplo, hicieron sus cuentas y situaron los momentos más felices de la vida en los 23 y los 69 años, con un profundo valle de lágrimas en medio, mientras que un estudio estadounidense ha confirmado que esa estructura en U resulta válida para todos los tipos de sociedad.

De cualquier forma, ¿los 82 no supone llevar las cosas demasiado lejos? El filósofo Javier Sádaba, que tiene 79 y reflexionó sobre la felicidad en su libro ‘La vida buena’, no lo ve muy claro: “Es verdad que con la vejez se acumulan experiencias, se es más realista y hasta más sabio, pero creo que es una idealización excesiva. Yo me fijaría en la decrepitud, la nostalgia por los que amas y han desaparecido, las molestias y dolores en todo el cuerpo, la falta de vigor en general y el tener muy próximo el horizonte de la muerte. Por eso estoy más de acuerdo con uno de los personajes de Diderot cuando dice que la única enfermedad incurable es la vejez”.